lunes, 24 de noviembre de 2014

La Margarita



Voló alto. Como tocando el cielo. Entre su inmensa sonrisa divisé la tormenta. Era cuestión de segundos. Para atrás y para adelante, se zarandeaba en hamacas negras. Jamás había visto de esas. Al certificar su forma en semicírculo, entendí lo alto de su vuelo. Su risa, de felicidad íntegra, se perdía en el aire. Se la llevaba el viento. Al igual que al brincar en un pie, rodeada de tantos verdes, margaritas, agapantus y eucaliptos.
Se enamoró del pequeñísimo bichito prendido del tronco. Un San Antonio que apuró el pasó cuando se percató de sus manitos. Sin gotas aún asomándose, abrió el paraguas y jugó, fascinada por lo gigante del objeto o de su propia pequeñez. Después, se agachó en busca de algo que no alcancé a reconocer. Prendió la vuelta y en otro salto se me acercó: “Esto es para ti, tía”, me dijo calzándome la margarita en la oreja, y su alma pura. 





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