miércoles, 7 de enero de 2015

La fiesta de Maroñas



“Yo te sigo”, me dijo la mujer cuando asentí, ya en la puerta del 169, que iba a Maroñas. El chofer había sido muy escueto en las explicaciones cuando ella preguntó cómo llegar. Desde que la vi contra la ventanilla de piernas cruzadas, piel delicada, vestido negro y discreto (igual que el maquillaje) que le llegaba a la mitad de la espalda como la cola recogida cuidadosamente, la perla en su índice derecho y los tacones negros que le dejaban los pies al descubierto, supe que era una de las que apostaba. Ni bien pisó la vereda, sacó de su cartera de cuero que apretaba contra el cuerpo, un pequeño objeto. Un “gas pimienta”, me dijo, por si algún chorro se acercaba. Lo había tenido que usar una vez, hacía mucho tiempo. María llegaba apenas cinco minutos antes que largara la carrera de las 16.20, me contó mientras hacíamos cola en la boletería. Después, la perdí entre la gente.





“¡Dale Guapita!”, gritaba con el brazo en alto frente a un televisor de un pasillo externo una cincuentona. “Vos sí que me saliste buena”, se enorgullecía, mientras varios niños se entretenían con los zancos y tres hombres con ropa antigua que se hacían llamar Melchor, Gaspar y Baltasar y sonreían abrazados frente a las cámaras con los pequeños, y algunos caballos relinchaban a la espera de la próxima carrera.




Carlitos, “como Gardel”, me dijo casi sacándose el sombrero. Llevaba horas sentado frente a decenas de pantallas, otros hombres y alguna que otra mujer. Hay temporadas que le da “por el fútbol”, pero su cuadro, “Danubio”, no le ha dado muchas alegrías últimamente. “Fijate que ahora empieza el campeonato y no ha traído ni un jugador nuevo”, se quejó el sesentón. Los caballos le gustan desde “muchacho”. Antes iba todos los domingos. “Es difícil”, dice respecto a las apuestas. “Todo lo que ganas en una, lo perdés en otra”, pero si te gusta, tenes que apostar”, sino, al parecer, todo pierde sentido. “Yo si no juego no disfruto”, aunque su caballo vaya último. Y pensar que hay gente que no le gusta. "Mi mujer mira para el techo o se pone a tejer" mientras Carlitos enloquece entre tantos nervios durante la carrera en la que apostó. Eso le pasa a muchos que optan por no mirar las carreras desde las tribunas. De pronto, el silencio atronador se transforma en un grito. Y Carlitos los mira moviendo la cabeza: “Acá hay mucho bandidadaje”, pero, “si venis siempre te habituás”, intenta enmendar lo dicho, mostrando los dientes y moviendo un hombro como si lo único que importara es el goce del momento. Así es Maroñas.




**Entrada relacionada: "Por el premio baila el mono y Maroñas revienta caballos" (setiembre, 2014).
http://virginiatestigo.blogspot.com/2014/09/por-el-premio-baila-el-mono-y-maronas.html

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