Historias simples: Fortín Olmos
En el patio al aire libre hay
un gran banquete como para 50 personas: Empanadas, pizza con muzzarella, fainá,
milanesas en picadillos… Algunas exquisiteces hechas por las propias manos de
Gloria, otras por los visitantes. Cada uno lleva su “canasta” como en Uruguay
que las fiestas se hacen lluvia. Todo repartido en tres largas mesas vestidas
con manteles verdes que fueron usados en otras fiestas, y flores de papel y
tela hechas por alguna mano experta artesana que hacen de centros de mesa
.
–Vení, vení– me dice Gloria con
un par de platos en la mano que va a colocar en algunas de las mesas. Sentáte,
sentáte –insiste– vení a comer que se acaba, y después conversas.
Es que Juli quiere saber quién
soy, de dónde vengo, por qué estoy en Olmos. Mi facha resalta a la vista, sobre
todo por la cámara de fotos que siempre me cuelga del cuello. Soy la extranjera
del pueblo. Me confiesa que Jime, mi prima, es muy querida. Y lo sé. De verdad
que lo sé. Jime se hace querer por cualquiera. Y acá en el pueblo la gente es
buena, dice Juli. También lo sé. Se percibe a la vista de cualquiera. Los
habitantes de ciudad somos más grises si se quiere.
– ¡Viky!– me llama Kelly. Mirá,
dice guiñándome un ojo y con una sonrisa. Me muestra un Mar de Arenas, un tinto en caja. Kelly ya me conoce, sabe que me
gusta el vino. Pero hoy paso, le digo devolviéndole una mirada cómplice. Es que
los 33, 34 o quizás 35 grados me piden algo fresco. No corre aire y todo es
húmedo, y el vaquero me hace transpirar. Pero es mejor morirse de calor que ser
comida por los mosquitos. Los bichitos no dan tregua, no hay repelente que pueda
con ellos.
Gloria en cambio lucha con el
sudor. En el hombro, lleva un trapo que dice ser un repasador, pero cuando se
percata que es una remera muy pequeñita –la de Tiago– larga la carcajada. Le
chorrea el agua por la piel, mientras ríe y le da a la charla de mesa en mesa
como una quinceañera. Gloria es mujer de mucha historia. 61 años tiene para
contar. Es de esas mujeres que sabe lo que es luchar en la vida. Gloria es
generosa, es otra de las personas queridas en el pueblo. Quizás por eso no para
de sonarle el celular. La llaman los hermanos de Buenos Aires. Su familia es
grande. Todas las familias en Olmos son grandes. ¡Pero mirá la Gloria cómo
está, si se parece a La Cristina hablando por teléfono!, bromea Silvana, una de
las hermanas del Sagrado Corazón. En Olmos muchos mencionan a Cristina, la ex
presidenta.
La tormenta sigue amenazante.
Pero no importa, está todo calculado. En lo de Gloria hay un porche o galería,
como le dicen, bajo techo. Víctor se apronta. Y Silvana también. Le ponen ritmo
a la fiesta. Él con el acordeón y ella con la guitarra. Mirella los acompaña con su voz. Canta como
los dioses. Suenan chamamés y la pista improvisada de tierra se llena. Me sacan
a bailar pero yo de chamamé no entiendo. No importa, me dice Kelly, hay chamamés
que son fáciles porque se bailan como la cumbia, es un chamamés cumbiado. Ella da por sentado que yo sé de cumbia. De chamamés tampoco sé, pero me da la
impresión que me está encajando cualquiera. Hago el esfuerzo igual, bailo esa
música que no es ni ahí de mi santa devoción, me divierto y hasta soy el payaso
de la fiesta –junto con Janet, la hermana inglesa– no sé si por ser extranjeras
o bailar a los saltos. Ahí no importa bailar bien. Lo importante es divertirse,
pasarla de maravillas. Y de veras que se la pasa maravillosamente bien. Uno se
siente entre amigos. Amigos de siempre, de toda la vida. Cerca de las 15.00, el
acordeón y la guitarra hacen sonar los acordes del feliz cumpleaños. Gloria es
muy aplaudida cuando sopla el número 6 blanco de parafina y el volcán azul que
todos los niños soplan y resoplan. En esas un chaparrón como si la lluvia no
quisiera quedar afuera de la fiesta. En Olmos todos son fiesteros.
Gloria. |
Víctor y Mirella. |
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