Apenas una lucecita. La de la
Capilla de la Virgen de Lourdes que ilumina sólo la estatua. Y la del relámpago
que acaba de caer. Una calle de barro, casas de chapa, otras pocas de material,
un árbol, la vía del ferrocarril que desde hace años no pasa, y la virgen
detrás. Casi como en el medio de la nada. Aunque el centro está a unas 15 o 20
cuadras. Cuando la calle Patricio Diez (la misma de la terminal de ómnibus)
intersecta con Constituyente empieza La Cortada, el barrio más pobre (o uno de
los más pobres) de esta ciudad del nordeste de Santa Fe (Argentina). Pero allí
no pasa nada. La gente es buena, dicen, aunque los taxis no entran, al parecer,
por tanto barro. A lo lejos, a unos pocos metros y en la oscuridad de la noche
diviso un paraguas color fuccia. Es Mariansu, una de las hermanas de la comunidad
del Sagrado Corazón de Reconquista que viene por mí. Algo trae en las manos.
–Ponte esto– me aconseja en un
acento español. Mariansu es de Bilbao, pero ha andado por muchos lares. Vivió
diez años en Chile, ocho en Fortín Olmos (al norte de Santa Fe) y hace seis que
está en Reconquista. Lo que trae en la bolsa son unas botas azules de goma,
como las que yo usaba cuando era niña, para que no me estropee los zapatos. Me
alivia saber que mis guillerminas de cuero van a llegar sanas y salvas. Hace 25
años, quizás más, que no me calzo unas botas de esas. Mis pies bailan adentro
de ellas, pero es placentero hundirlos hasta el fondo del barro y del agua sin
sentir mojadez ni frío. Caminamos hacia las afueras de Reconquista. Me cuenta de
La Cortada y su pobreza extrema que las llevó a ellas a instalarse allí. Me
lleva por el camino más largo, pero el mejorcito para no caer ni resbalar. Las
botas se hunden en algún charco. Es casi imposible distinguirlos. No se ve ni la
colonia. Son las 06.00. En su casa humilde y acogedora, frente al campo, me
esperan dos hermanas más: Lourdes es uruguaya, está en Reconquista hace apenas
diez días, y Mercedes de 83 años, que vivió 18 años en Fortín Olmos. Fue una de
las primeras hermanas de la comunidad del Sagrado Corazón en llegar a Fortín en
1995, testigo de los cambios que vivió ese pueblo que me espera.
Es un alivio para mí que
Lourdes sea uruguaya. Tengo el amargo asegurado con yerba canarita. 24, 26, tal
vez 28 horas hace que no tomo mate. Ya perdí la cuenta. El mío quedó en mi
bolso que me reservan en Pulqui. Sí, Pulqui, el micro que al mediodía me
llevará a Fortín, 75 kilómetros más al norte santafecino. Allí podes dejar lo
que quieras, me había dicho Jimena, otra de las hermanas del Sagrado Corazón, y
mi prima. Allí la gente es honesta. Nadie toca lo que no es suyo.
Llueve. No para de llover. Me
preguntan si quiero recostarme, descansar. Agradezco pero ya habrá tiempo para
eso. Quiero escuchar cuentos, conocer del lugar, la gente, la comunidad, su
trabajo. Quiero conocer. La mesa, que abarca casi todo el comedor y en la que
entran cómodamente diez personas, se llena. Mariansu hace tostadas, trae
manteca, queso, galletitas de salvado y una mermelada de naranja casera hecha
por Mercedes, muy recomendable. Y de veras que lo es. Uno allí se siente parte,
como de toda la vida.
Lourdes me cuenta del barrio,
del trabajo con los niños, del taller de alfabetización. Es que muchos niños,
en esa zona, llegan a sexto de escuela sin saber leer ni escribir. Mariansu se
levanta. Desconecta la computadora y el teléfono. Es que la otra vez cayó un
rayo y nos quedamos sin teléfono, dice justo cuando me sobresalto por uno que cae
ahí nomás.
–Viste–dice. Y todas largamos
la carcajada. Pregunto cómo voy a ser para volver a la terminal si los taxis no
entran.
– No, pero en un rato para y
llamamos a un taxi para que te levante en la capilla y te acompañamos– responde
Lourdes con una sabiduría que me despreocupa del tema. La capilla es una
referencia, para mí, para todos.
Son las 8.00. Mercedes sale del
sueño no sé si porque sonó el despertador, por los truenos o nuestras voces. Me
hace señas. Después me saluda, entiendo, al verla caminar derechito al baño.
Mercedes tiene el pelo corto y blanco y hay que esforzarse para entenderle
cuando habla. Me da la bienvenida con una sonrisa que no muestra los dientes.
Se hace un café con leche y se une al banquete, a los cuentos. Llueve. Sigue
lloviendo. Tan fuerte que pareciera no fuera a parar nunca. En Reconquista hay
épocas de mucha lluvia y otras de sequía. Ni una cosa ni la otra es buena.
Ahora, hace una semana que llueve sin parar. Y el pronóstico dice que mañana [jueves]
saldrá el sol, pero sólo por dos días porque la lluvia seguirá por otra semana
más. Todo un tema. Las actividades se suspenden, las clases también. Hoy,
miércoles, a las hermanas les toca visitar a los presos. Pero con esta lluvia…
La casa de ellas está en la
manzana seis de La Cortada. Como todas las edificaciones de la vuelta, es muy
sencilla. Que las hermanas habitaran allí fue una especie de revolución para la
comunidad religiosa, para las hermanas del Sagrado Corazón e incluso para la
gente. Vivir entre los pobres, en un barrio periférico de la ciudad, implicaba un
gran cambio en la imagen de las religiosas y en las formas de trabajar. Con el
tiempo, dice Lourdes, vimos que no era lo mismo trasladarse al barrio que estar
siempre. Entonces se insertaron en la comunidad dejando de lado la casa céntrica
que las acogía desde 1969 cuando los habitantes no llegaban a 30.000. Más tarde
con la construcción de la terminal de ómnibus Reconquista empezó a poblarse y dejó
de ser aquel pueblo de puro campo. En la
actualidad, residen cerca de 100.00 habitantes, según los cálculos de Mariasu.
– A la gente le llamó la
atención que viniéramos a vivir acá–comenta Lourdes entre mate y mate. No entiende
nuestra opción y hasta medio en broma
nos decían: ‘Pa’ las van a violar’. Aun
a las hermanas que estaban de antes, les costaba un montón entender cómo íbamos
a vivir en este barrio, aunque nos apoyaban. Incluso para la iglesia del lugar
y otros religiosos fue como muy fuerte que nosotras eligiéramos venir para
acá. Como si dijeras El Borro en
Montevideo, dice cuando calienta agua para un segundo termo y seguir ese mate
uruguayo pero chico como porteño.
Estaba, además, la concepción de
que las hermanas en general son mayores, y por eso trabajaban desde la iglesia con
la catequesis. La imagen siempre de la religiosa que sólo viene a hacerse cargo
de la capilla, ironiza Lourdes con su voz suave. Pero ellas no pretenden transformar
a la gente en cristiana. Su manera de entrarle es desde otros espacios, siguiendo
la línea de renovación de la Iglesia Católica propuesta en el Concilio Vaticano
II por el papa Juan XXIII en 1959: tener al pobre en el centro. De todos modos,
por donde se lo mirara, implicaba dar un paso muy importante.
Para ellas en cambio, no fue
tan difícil. Es que la preocupación por la zona ya estaba latente y las visitas
se repetían diariamente. Se generó un diálogo en esa comunidad que tenía una
realidad muy demandante: Niños en situaciones muy complejas de abusos y
violencia y con un nivel escolar muy bajo. Había que ponerse a trabajar lo antes
posible. Brindarles a los más pequeños espacios diferentes a la catequesis, por
ejemplo. Así se generó el proyecto del apoyo escolar a contra turno (con
voluntarios), un espacio de biblioteca de calle leyendo cuentos en distintas
zonas que estimulaba su representación, la creatividad y la imaginación de los
niños. También se formó una red barrial, que duró hasta hace poco, con varias
organizaciones (la escuela, el centro de salud, etc.) con las que coordinaban
las diversas situaciones que vivía el barrio y que se podían trabajar en
conjunto.
– La basura siempre fue un
problema– se lamenta Lourdes ya cuando me levanto y me apronto para no perder
el Pulqui. Ahora entra el camión de la
basura, sigue, pero hace unos años no. Y
hacer concientización con los niños en eso fue fundamental para movilizar a los
adultos, en cambiar los hábitos y tirar la basura donde corresponde.
Mariansu me acompaña a la
capilla que, ahora, diviso. En diez minutos pasara un taxi por mí. Para el
norte el cielo está encapotado. Para el sur, donde está el centro de la ciudad,
pareciera que el sol hiciera lo posible por ganarle a la tormenta. Ella sonríe,
aprieta los labios, cierra el puño derecho y lo levanta. Es que entonces podrá
visitar a los presos y retomar otras actividades. Es de no creer, suelta con su
acento español. Me abraza como si me fuera a extrañar. Vas a ver que Olmos te
va a encantar, me asegura. Y regreso en busca de mi bolso y el Pulqui. Mis pies
visten de nuevo las botas azules, pero no las mismas, sino unas 37 que me calzan
justo. Justito. Te van a ser de mucha utilidad en Olmos, me dice, ya con la
mano levantada y yo adentro del taxi rogando que la lluvia me deje un poco en
paz. O más bien del todo. Y me imagino en Olmos, caminando entre medio del
barro.
Prolongación Patricio Diez, manzana 6. Barrio La Cortada, Reconquista, el miércoles. Argentina, 2016. |
Mariansu con vecinos de La Cortada, Reconquista, el miércoles. Argentina, 2016. |
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